sábado, 25 de abril de 2009

La vaca estudiosa

Sólo bastó un día y la paciencia de santa de una tía para que a mis tres años y medio me aprendiera un poema. Era un poco tonto, ya que se trataba sobre una vaca que hablaba y encima iba a la escuela. Recuerdo que no podía escapar de mi abuelo mientras me pedía que lo recitara una vez más. Toda la familia se lo sabía de memoria, pero igual seguía repitiéndolo, para la desesperación de algunos, especialmente de mi hermana mayor.
A punta de repetidas declamaciones, me gané ese apodo. Bastaba que nos reuniésemos en la casa de algún familiar para que empezaran a fastidiar: ¿Dónde está la vaca? preguntaban...y conforme iban pasando los años, me iba ofuscando el bendito apelativo. Así que opté por enterrar al vacuno en algún recóndito lugar de mi memoria.
Había olvidado gran parte del poema, hasta el día en que fui a despedir a la tía que me lo enseñó. No se iba de viaje, o talvez sí...depende de cómo cada uno vea la muerte. Estando junto a ella y viéndola por última vez, sólo pude atinar a repasar línea por línea el poema en mi mente. Lo repasé como cuando me lo enseñó y lo repetí metódicamente porque era lo único que en ese momento tenía algún sentido para mí. Puede sonar raro, pero fue mi manera de despedirme, de hablarle aunque ya no me escuchara en un lenguaje en el que nos podíamos entender, fue decirle adiós de la manera que le hubiese gustado: siendo la vaca estudiosa que aunque haya tratado, nunca dejé de ser.

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