domingo, 24 de agosto de 2008

Don Manuel

Hace mucho tiempo que no recordaba a Don Manuel. Supongo que una parte de mi subconsciente bloqueó a ese personaje que rondó mi recién estrenada adolescencia de antaño, porque de una u otra manera recordarlo siempre me dejaba un sinsabor y una inmensa sensación de nostalgia. Hace 10 años que no lo traía a mi mente de una manera tan nítida como hoy. Y es que ese viejito con rostro bonachón fue algo así como mi primer amigo grande. Y no de esas amistades de tus padres que por extensión son gente que te cae bien y que tienen hijos que son tus "primos de cariño". No. Don Manuel era mi amigo porque yo lo encontré.
Tenía un sombrerito color café que ocultaba su calvicie y las cuatro canas que le quedaban. Era taxista. A su taxi siempre siempre lo consideré peculiar. Era realmente enorme, como esos autos que vienen incluidos en los paquetes de las funerarias y yo; por no haber sido privilegiada con los genes paternos, salí enana y me veía más enana aún sentada en aquel vehículo. Recuerdo que me llevaba todos los días al lugar donde estudiaba inglés. Conversábamos de todo un poco en el trayecto, bromeábamos y siempre se quedaba a ver que cruzara con cuidado la pista. Era en verdad un señor adorable.
Con el tiempo la confianza se incrementó, así que en verano cuando me recogía y yo lo esperaba con algún helado o chocolate, ésos que la esposa le prohibía comer por eso de la glucosa y todo el rollo que yo no tenía el menor ánimo de comprender en esa época. En realidad la pasaba bien en aquel trayecto de 5 minutos. Como estaba entrado en años a veces se olvidaba de pasar por mí, así que le compraba paquetes de post it para que apuntara lo que tenía que hacer. Encontraba algo bastante interesante en ese hombrecito bueno y en su aspecto de abuelito buena gente, le tenía mucho cariño y supongo que él a mí.
Llegaron mis vacaciones y papá decidió llevarnos a todos a Disney. Yo encantada por el paseo corrí a contárselo al taxista amigo y no lo encontré en su lugar de siempre. Me pareció extraño, pero como partía pronto y tenía tantas cosas en la cabeza, partí sin despedirme. Mi viaje duró 2 semanas. Y cuando llegué a retomar las clases de inglés, pasé a buscarlo para que me llevara y no estaba. No sabía en dónde se había metido. Talvez estaba de vacaciones, pensé. Pero días después mi mamá me dijo que el sr. taxista ya no me recogería, porque se había muerto.
No pude creerlo y lo último que recuerdo de ese día que resultó tan extraño fue que por esos excesos de consideración de los que somos víctimas mi familia y yo, fue a dar el pésame a una señora a la que sólo conocía por aquellas conversaciones en el trayecto al instituto. Todo se volvió concreto en ese día: su casa, sus hijos, la esposa, el perro. Todo lo que me contaba estaba frente a mis ojos y yo no podía soportarlo. Entregué la tarjetita, esa que dice mis más sentido pésame y cosas como "Entiendo tu dolor" (cuando en realidad no entiendes nada) y fui corriendo a casa.
Lloré a mi amigo, porque nunca antes nadie a quien quería se había muerto y mi mamá dijo eso que todos dicen cuando alguien se muere, que talvez era mejor así y que aquí el iba a sufrir mucho con esa enfermedad.
Espera. ¿De qué demonios hablaba? ¿Qué enfermedad? Ella dijo que él tenía ya buen tiempo con leucemia. Supongo que ese día aprendí a quedarme atónita porque no podía salir de mi asombro. Todo ese tiempo el viejito buena gente había estado muriéndose frente a mis ojos y no me lo había contado. Llegué a sentirme hasta traicionada porque mi amigo no me dijo nada de su padecer, me enfadé con su memoria por su falta de sinceridad y de alguna extraña manera, esa parte de mi vida fue bloqueada.
Hasta hoy que lo recordé y tuve la imperiosa necesidad de escribir algo así. Talvez para convencerme a mí misma que el viejito existió y que en realidad su falta de sinceridad no fue eso, sino fue simplemente una de las más puras y diáfanas muestras de consideración.

martes, 12 de agosto de 2008

13

Mañana es 13. Y para ser sincera, no considero que sea un día especial, más bien era la fecha para sacar el cálculo y sorprendernos de cuánto tiempo nos seguíamos aguantando (en el buen sentido de la palabra). Y digo era, porque lo que fue ya no es y mañana encima es 13.
Y hubiese podido llegar a tener 22, pero no los cumplí. Y no es falta de cariño, es neurastenia pura. Es perderle la fe a alguien de a poquitos y pensar que algo se está perdiendo. Mañana es 13 y llegó hoy por tregua, la cual yo ya no perseguía. No tenía bandera blanca para agitar, ni siquiera un pedacito de papel higiénico para sacar del bolsillo y declarar que la fiesta estaba en paz.
Y terminé de hablar de manera mesurada y tranquila, respiré naturalmente y me despedí. Y no le agradecí nada porque eso estaba de más. Porque no cabían más palabras ahí y porque si me quedaba un segundo más, era probable que no me fuera.
Y mañana es 13 y yo cerré la puerta de casa y por un segundo tuve la imperiosa necesidad de salir y decirle que todo era broma, porque con él todo siempre era así. Pero no se pudo esta vez, porque de pronto había aprendido a hablar en serio y las cosas se veían grises.
Porque tuve 2,6,10,16 y 21..pero no 22...y mañana es 13 y soy terriblemente infeliz como lombriz...